24 de mayo de 2018

Hannah




Hannah, el segundo film del cineasta italiano Andrea Pallaoro, comparte con el largometraje británico 45 años, dirigido por Andrew Haigh y estrenado unos pocos años antes, no solo a su principal y magnífica intérprete, Charlotte Rampling, sino su adscripción a una corriente minimalista que no todos los amantes del Séptimo Arte estiman por igual, pero que ha sido abrazada principalmente por cineastas europeos con voluntad de alejarse al máximo del cine de gran formato, tan propio de la cinematografía hollywoodiense y que tantos adeptos tiene a lo largo y ancho del mundo.

Narrada en un lapso de tiempo que se asume breve, en esta su segunda obra, Pallaoro disecciona, cual afanoso entomólogo, a su protagonista, realizando un seguimiento exhaustivo de su rutina diaria, que incluye numerosos viajes en metro, su trabajo como limpiadora en una casa de una, en apariencia, adinerada madre soltera, sus visitas a la piscina, sus actuaciones en una suerte de técnica teatral terapéutica y, sobre todo, su reclusión en un apartamento que parece alejado del centro, en un barrio de clase media.



En su apuesta por el más puro minimalismo, cercano en el plano visual a la corriente Dogma que tan interesantes films diera lugar hace unos años, pero huyendo de la narrativa dramatúrgica más clásica, Pallaoro recurre a la inclusión en el metraje de numerosos tiempos muertos −tantos, que más de un espectador podría tachar su trabajo de plúmbeo−, un desarrollo exageradamente lento, ausencia de banda sonora, diálogos breves, casi inexistentes, y proliferación de numerosos planos fijos, algunos de ellos francamente bellos, otros tantos, casi se podría afirmar, meramente accesorios.

Hannah no carece, sin embargo, de argumento, si bien, y cual una novela de Henry James, este haya que leerlo entre líneas o más especialmente entre silencios −con escenas de una contención dramática demoledora− y algunos diálogos en los que lo que se omite resulta de una magnitud inconmensurable, ya que el hilo conductor en el que se apoya el argumento del film es la soledad, el sentimiento de culpa, la sospecha y, sobre todo, la exclusión social por un delito que la protagonista no ha cometido pero que su desconocimiento del mismo no la ha eximido de culpa ante los ojos de terceros, especialmente de su único hijo.

A pesar de sus aciertos −entre los que destaca la soberbia interpretación de Rampling, que consiguió hacerse con la Copa Volpi a la mejor actriz en el 74 Festival de Venecia−, Hannah no resulta un film de fácil visionado, independientemente de que el espectador pueda estar acostumbrado a la cinematografía europea más minoritaria. Además, la sensación cuando se abandona la sala tras haberse proyectado todos los títulos de crédito es, de hecho, de profunda desazón.

En cualquier caso, Hannah es un film por el cual merece la pena abonar la entrada de cine si se quiere degustar cine europeo de calidad, si bien existan otros filmes de concepción y ejecución similar, como el ya aludido 45 años, en el que Rampling estaba igualmente brillante, que, si bien alejados de las reglas de la dramaturgia más clásica, sí abrazan algunos de sus mayores rasgos distintivos para apelar los sentimientos del espectador, logrando así llegar a un mayor público. Hannah peca, de hecho, de un exceso de contención que puede resultar excesivo en muchos momentos de su metraje, aunque el leit motiv del film se revele casi enseguida al espectador, dejando poco lugar para la imaginación a lo largo de su desarrollo.



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