16 de febrero de 2016

Carol





En 1951, un año después de haber publicado su primera novela, Extraños en un tren, Patricia Highsmith se vio en la tesitura de esconderse tras un pseudónimo, Claire Morgan, para poder editar El precio de la sal, una historia que, años más tarde, en 1989, fue reeditada con el título de Carol y con el verdadero nombre de su autora.

La novela, de tintes autobiográficos y que Highsmith escribió de un tirón, resultó, en su momento, sumamente escandalosa para los editores que rechazaron el manuscrito. Hoy, más de un siglo después de que fuera escrita, Carol es considerada como uno de los mejores trabajos de su autora y todo un referente en la literatura de temática homosexual.

A pesar de esos antecedentes y del tiempo transcurrido, ningún cineasta había osado, hasta ahora, trasladar a la gran pantalla la gran historia de amor lésbica urdida por la escritora norteamericana. Todd Haynes, director, entre otras, de Velvet goldmine y Lejos del cielo, con la que, por cierto, la presente obra comparte más de un notable parecido, argumental y visual, se ha encargado, con la ayuda de la guionista Phyllis Nagy, de adaptar Carol al formato cinematográfico.

De factura clásica y elegante, Carol es, sin duda, una de esas joyas cinematográficas que, de vez en cuando, se facturan en la gran meca del cine y que difícilmente dejan indiferente a ningún cinéfilo militante.



Entre sus mayores aciertos cabría destacar su propia adaptación del original literario, su sobriedad narrativa –aunque cada uno de sus planos destile una intensidad inquietante y absorbente-, una excelente banda sonora, firmada por Carter Burwell, o la atmósfera ensoñadora a la que remite cada uno de sus cuidados planos. Y es que es, precisamente, en la vertiente más visual, donde Carol resulta más excelsa, sin que ello vaya en detrimento de su magnífica traslación y de la incuestionable calidad literaria del texto narrativo original en el que se basa.

Encuadre, iluminación y un uso del color que remite poderosamente a los albores del cine en Technicolor -en el que la elección del color del vestuario de los intérpretes respondía a la voluntad del cineasta por destacar determinados elementos y/o fijar su atención sobre un determinado actor o actriz-, hacen de Carol un film único en este siglo XXI, con enormes reminiscencias al cine facturado en la década de los 50 de la pasada centuria y, a pesar de su contención, a los grandes melodramas de Douglas Sirk.

Carol remite además, con su largo flashback inicial, a un clásico del cine británico, Breve encuentro, largometraje rodado por David Lean en 1945. Sin embargo, más allá de sus influencias cinematográficas, el film de Haynes cuenta con una tonalidad cromática y una composición de encuadres que propicia que casi todos sus fotogramas evoquen la obra de Edward Hopper, destacando especialmente la escena en la que una desolada y abandonada Roomey Mara permanece sentada al borde de la cama, con su cuerpo inclinado en una posición de recogimiento que recuerda poderosamente a la lectora de “Habitación de hotel” (1931).


'Habitación de hotel' de Edward Hopper

Mención aparte merecerían las portentosas interpretaciones de Cate Blanchett y Rooney Mara, capaces de mostrar, tan sólo con sus miradas, las tribulaciones interiores de dos personajes complejos y en constante evolución. Y si bien Blanchett brinda, como siempre, una de sus actuaciones memorables, Mara, en nuestra opinión, acaba convirtiéndose en la estrella del film. Sólo una actriz de ese calibre podría transmitir, con semejante naturalidad y verismo, la fragilidad e inocencia de Therese, una joven en pleno tránsito a la madurez que, en su búsqueda por hallar su lugar en el mundo, dará con la persona que habrá de cambiar por completo su vida.





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