17 de noviembre de 2015

Black Mass. Un film sobrio e inquietante


Póster del film

Amo y señor de los bajos fondos del sur de la ciudad de Boston durante casi tres décadas, James Joseph “Whitney” Bulger Jr., más conocido como Whitney Bulger, y la banda que lideraba antes de su caída y posterior huida, The Winter Hill Gang, lograron arrinconar, en las postrimerías de la pasada centuria, a la temida mafia italiana y extender, además, sus tentáculos en otras ciudades estadounidenses.

Si Bulger pudo llegar tan lejos y forjarse, por otra parte, una sólida imagen de delincuente social, una suerte Robin Hood atento a la desgracia de los más desfavorecidos y enemigo de los poderosos, fue, sin duda alguna, por sus vínculos familiares y personales. De hecho, en pleno apogeo de su carrera delictiva, William Bulger, su hermano menor, detentaba el cargo de Presidente del Senado de Massachussets y uno de los amigos de la infancia de los hermanos Bulger, John Connolly, era entonces un agente del FBI en pleno ascenso.

La relación con este último, que proporcionaría a Bulger una total inmunidad en cuanto informador del FBI -uno de los episodios más oscuros y bochornosos a los que el gobierno estadounidense ha habido de hacer frente- fue destapada por dos periodistas del Golden Globe,  Dick Lehr y Gerard O’Neill, quienes más tarde escribirían Black Mass: The True Story of an Unholy Alliance Between the FBI and the Irish Mob, obra en la que se ha basado el cineasta Scott Cooper para narrar el ascenso y caída de un hombre sin escrúpulos que llegaría a estar incluso implicado con el IRA, a cuyos dirigentes donaría armas para luchar por la única causa que parecía conmoverle.

Articulado a base de largos flashbacks, Black Mass cuenta, sin embargo, con una estructura lineal clásica, una elección que resulta idónea para poder salpicar su metraje con profusa información, necesaria para relatar las mil y una tramas delictivas en las que se vio envuelto el capo irlandés.


Black Mass resulta, además, un film sobrio en su estética y desarrollo –que no anodino ni plúmbeo- y repleto de aciertos, entre los que destacan su excelente banda sonora –obra de Tom Holkenborg-; un metraje bien estructurado y con un ritmo sostenido y envolvente; una excelente ambientación y caracterización de personajes –fruto, sin duda, de una concienzuda documentación previa-; su apuesta por un uso moderado de la violencia y por desproveerla de esa aura de grandeza que los más afamados cineastas adscritos al género de gánsteres han impreso a las más famosas escenas de algunos de sus films; y, sobre todo y especialmente, un magnífico plantel de actores entre los que destaca un fantástico Johnny Depp.

El film de Cooper dista, no obstante, de ser excelso, pues, independientemente de todo lo que antecede, no es capaz de brindar al espectador ninguna de esas escenas magistrales que quedan por siempre impresas en la retina y que, en su momento, encumbraron a cineastas como Scorsese y Coppola, a pesar de que, paradójicamente, muchos de los mejores hallazgos cinematográficos de aquellos directores se deben a escenas de violencia extrema y sublimada.

A ello habría que añadir la desacertada elección de Dakota Johnson –al revés que el resto de los intérpretes, no ha sido en absoluto caracterizada como al personaje al que pretende dar vida- y de Benedict Cumberbatch, cuyo postizo y forzado acento norteamericano resulta poco creíble y lastra sobremanera su actuación.

En cualquier caso, Black Mass es un film cuyo visionado merece la pena, no solamente por los aciertos apuntados, sino por invitar a la reflexión sobre los valores –familia, honor e, incluso, religión- que han cimentado el papel de la mafia, italiana e irlandesa, en suelo estadounidense.



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