9 de diciembre de 2014

El dinero en The New Yorker. La crisis vista con humor




Fundada por el matrimonio de periodistas Harold Ross y Jane Grant, la prestigiosa revista The New Yorker hizo su primera aparición en escena un 21 de febrero de 1925. Su creación respondía deseo de Ross por conseguir un semanario que se caracterizara por un humor sofisticado, muy diferente al que entonces se estilaba en publicaciones muy conocidas.

Conseguido ese objetivo, y gracias a sus cuidados reportajes de investigación, ensayos o críticas, The New Yorker ha ido consolidándose, a lo largo de los años, como una revista seria,  rigurosa –no en vano, es una de las pocas publicaciones que aún cuenta con un equipo que verifica que todos los datos vertidos en sus páginas sean correctos- y, en definitiva, como todo un referente cultural para la sociedad norteamericana.

Sin embargo, y a pesar de su marcado carácter local, muy centrado en la cosmopolita ciudad de los rascacielos, The New Yorker ha sabido trascender fronteras. Ello se debe, en buena parte, a que en sus páginas han podido leerse relatos de autores tan internacionales como J.D. Salinger, Haruki Murakami o Alice Munro y, especialmente, a sus incisivas y humorísticas viñetas, todavía fieles al espíritu de Ross y la mejor carta de presentación de su obra más allá de Nueva York.

El éxito de esa sección ha llevado a los editores de la revista a publicar diversas antologías. No obstante, y hasta la edición en 2012 de El dinero en The New Yorker. La economía en viñetas, nunca antes se había publicado en España uno de esos celebrados recopilatorios. Esta cuidada antología, la primera obra ilustrada de Libros del Asteroide, ha sido tan bien acogida por estos lares que la editorial barcelonesa ya ha publicado otros dos recopilatorios, La oficina en The New Yorker (2013) y Los libros en The New Yorker (2014).

Entre los ingredientes que hacen de El dinero en The New Yorker. La economía en viñetas una obra única, destacan la cuidada selección de viñetas a cargo de Robert Mankoff –editor y dibujante de The New Yorker-, un más que interesante prólogo a cargo de Malcolm Gladwell –escritor habitual de la revista desde hace casi dos décadas- y, sobre todo, su aproximación humorística al mundo de las finanzas, desde la década de los años veinte de la pasada centuria hasta el presente.

Agrupadas en capítulos que abarcan diez años cada uno –desde 1920 hasta 2009-, todas las viñetas tienen en común, además de su riguroso blanco y negro, ese humor exquisito y sutil, si bien mordaz, del que hacían y hacen gala todos los dibujantes que han trabajado para The New Yorker. Sin embargo, más allá de la sonrisa, cuando no la carcajada, que provoca la lectura de casi todas sus viñetas, El dinero en The New Yorker sorprende especialmente por su absoluta contemporaneidad, pues poco o nada ha cambiado el mundo financiero desde aquellos felices años veinte. Los ciudadanos, de hecho, siguen acuciados por las mismas tribulaciones económicas –desempleo, desigualdad-, la jerga especializada no ha variado un ápice –burbuja, recesión, inflación, fondos de cobertura y ese largo etcétera de palabras con las que día a día bombardean los medios- y, lo más importante, el enorme poder de la banca permanece prácticamente incólume –baste citar, por ejemplo, la demoledora viñeta en la que un alto ejecutivo explica al resto de sus compañeros que su tarea consiste en persuadir al gobierno de que la solución ideal a cualquier problema sigue pasando por inyectar más dinero.

Repleta de momentos tan mordaces como aquél, pero también desternillantes –no podemos dejar de mencionar otra de las viñetas, en la que un lingüista, tras acceder a un recinto arqueológico, comenta, mientras traduce una inscripción, Y entonces, en la cúspide de su poderío, parece ser que sucumbieron a un misterioso pueblo conocido como Los de la Cuenta de Resultados-, El dinero en el New Yorker resulta, además, una obra especialmente interesante por tratarse de un trabajo ecléctico que incluye las creaciones de muchos de los dibujantes que colaboraron, y colaboran, con la revista y cuyos nombres, por cierto, figuran en las páginas finales.



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