22 de julio de 2014

Dos vidas. A medio camino entre el thriller y el drama



En una suerte de ejercicio catártico, el cine alemán de los últimos lustros ha abordado, casi sin complejos y con resultados más que notables, dos de los períodos más oscuros de la historia reciente del país teutón, el nazismo –con filmes tan soberbios como El Hundimiento- y los excesos cometidos durante la extinta República Democrática Alemana –que han inspirado obras tan críticas, a la par que nostálgicas, como la celebrada Good bye Lenin, u otras tan perturbadoras como la sublime La vida de los otros.

Con dos años de retraso, hace escasas semanas llegaba por fin a la cartelera española la coproducción alemana y noruega Dos vidas, un film que, basado en una novela de  Hannelore Hippe, aúna aquellos sombríos momentos históricos, centrándose principalmente en la infausta Lebensborn –la organización creada por la Alemania nazi que, en aras de perpetuar la raza aria, condenó a la orfandad a miles de niños- y el uso que, posteriormente, los servicios de inteligencia de la RDA hicieron de los menores criados en las instalaciones habilitadas por aquel programa de reproducción selectiva.

Partiendo de ese marco histórico, el film de Georg Maas cuenta con un más que impactante arranque argumental. Los secretos largamente ocultados por una ciudadana alemana, afincada durante más de dos décadas en Noruega, empezarán a desvelarse cuando, tras la caída del muro de Berlín, un abogado alemán contacte con ella y con su madre para que ambas testifiquen en el proceso judicial contra el estado noruego por su participación en la política eugenésica nazi, que convirtió a la propia protagonista en víctima, cuando, siendo aún un bebé, fue apartada de su madre, una ciudadana noruega, para ser criada en un orfanato en Alemania.

Con esa interesante trama argumental, el cineasta Georg Maas ha construido un film –el segundo de su carrera- que, entre sus aciertos, cuenta con un acabado impecable, no exento de la fascinante y fría factura del cine producido en los países escandinavos, y de un formato que, a ratos, remite al hoy en boga género del docudrama –algo que no debería resultar extraño a quien conozca el pasado de Maas como curtido documentalista.

Entre los puntos fuertes del film del cineasta alemán, no pueden dejar de citarse, por otra parte, el uso de numerosos flashbacks que, con una factura granulada, remiten al espectador a la estética de los años setenta, y un reparto de actores muy eficientes en sus respectivos papeles, especialmente Juliane Köhler y la siempre fantástica Liv Ullmann.


Sin embargo, y a pesar de esos acertados ingredientes –que, por sí solos, ya justifican el visionado del film-, Dos vidas cuenta, asimismo, con algunos elementos que lastran, sobremanera, el resultado de un largometraje que, con otro enfoque, muy posiblemente habría resultado soberbio.

Indudablemente, el mayor de esos desaciertos radica en el difícil encaje que Maas hace de los dos géneros en los que podría adscribirse su film -el thriller de espionaje y el melodrama de enjundia filosófica. No obstante, y si bien en el formato thriller Dos vidas peca de un ritmo errático, unas conclusiones previsibles y unos villanos casi de opereta, en su vertiente melodramática resulta mucho más exitoso, aunque se eche en falta una mayor apuesta por los recursos propios del género, especialmente por su sugestiva temática, que da pie a más de un debate ético y moral.

Sea como fuere, Dos vidas, con su sana labor de revisionismo histórico, resulta un film de agradecido visionado para cualquier cinéfilo amante de la historia contemporánea y se constituye, sin duda alguna, como un oasis en una cartelera repleta a rebosar de los consabidos éxitos veraniegos.


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