9 de abril de 2013

Blue Valentine. Un exquisito bocado de cine independiente




Forjado como director de documentales, el cineasta norteamericano Derek Cianfrance hubo de esperar nada menos que doce años, desde que debutara con su ópera prima –la prácticamente desconocida Brother tied, filmada en 1998-, para rodar su segundo film, Blue Valentine, que, con tres años de retraso, llegaba, por fin, hace unas semanas a las carteleras españolas.

Cianfrance, que en la actualidad se halla embarcado en un nuevo rodaje y facturó otro film como director tras estrenar Blue Valentine, dedicó a esta última cinta varios años de su vida, escribiendo, reescribiendo, puliendo y mejorando la historia de su pareja protagonista, un matrimonio al que el paso del tiempo, los sinsabores económicos y las diferencias irreconciliables llevan a una suerte de averno cotidiano en el que impera la desazón, el desánimo y, sobre todo, el desamor.

No cabe duda de que el empeño purista de Cianfrance dio su resultado, pues, desde que se estrenara, Blue Valentine no ha hecho más que cosechar buenas críticas, amén de ser presentada en festivales tan prestigiosos como el de Cannes, el de Toronto o el cada vez más influyente Festival de Sundance.

Lamentablemente, esas buenas críticas no han redundado en ingresos en taquilla, lo que explicaría el largo retraso con el que Blue Valentine ha llegado a España. De hecho, film de difícil clasificación, la cinta de Cianfrance se halla en las antípodas de la empalagosa y cansina fórmula que Hollywood aplica a las películas que versan sobre relaciones sentimentales –sí, esa que, con mil y una variantes de escenario y actores, se rige por el esquema de chic@ encuentra chic@, chic@ pierde a chic@ y chic@ reencuentra a chic@, sin faltar, por supuesto, el consabido Happy End.

Por el contrario, Blue Valentine se halla más próxima a la maravillosa Revolutionary Road, aunque sólo comparta con la cinta de Sam Mendes un argumento similar –el inexorable deterioro de una otrora ardorosa relación- e interpretaciones portentosas a cargo de sus principales actores.

Así, y revés que el film protagonizado por Leonardo DiCaprio y Kate Winslet, Blue Valentine opta por una puesta en escena voluntariamente descuidada, con largos planos secuencia y con un uso –y un cierto abuso, en algunas escenas- de la cámara temblorosa, lo que recuerda poderosamente al, en un tiempo, rompedor cine Dogma; sensación esta última que se ve acrecentada por la ausencia de una endulzada y/o grandilocuente banda sonora en los momentos más duros del metraje.

El resultado es un film repleto, rebosante, de escenas cotidianas y momentos para el recuerdo –como el baile de claqué en plena noche- que tiene la suerte de contar con dos de los mejores actores del momento, Michelle Williams y Ryan Gossling.


Precisamente, consciente de ese enorme talento de sus intérpretes, Cienfrance no sólo sabe aprovecharlo, sino que lo refuerza gracias a los innumerables flashbacks con los que articula su film, unos saltos entre pasado y presente que muestran desapasionadamente, pero con suma precisión, el cambio físico y personal operado en sus protagonistas.

Blue Valentine es, definitiva, una muestra más de que es en el cine independiente donde se pueden encontrar los mejores y más exquisitos bocados de la cinematografía estadounidense, aunque la taquilla, tanto la norteamericana como la europea, siga prefiriendo fórmulas trilladísimas y exentas de originalidad.


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