18 de enero de 2012

Skansen. Una inmersión histórica




En Djugården, una de las islas que conforman la bella capital de Suecia, se halla no sólo uno de los espacios verdes urbanos más extensos de Europa sino el que se considera el museo al aire libre más antiguo del mundo, el Skansen.

El afán por conservar las tradiciones e historia de un país cada vez más industrializado, y con un mundo rural en pleno retroceso, impulsó su creación en 1891 por parte del erudito Artur Hazelius, quien años antes había fundado el Nordiska Museet (el Museo Nórdico), del cual dependió el Skansen hasta bien mediada la segunda mitad del siglo pasado.

La enorme extensión del Skansen – cuenta nada menos que con una superficie de 300.000 metros cuadrados – aconseja ser madrugador y dedicar todo un día para poder disfrutar de todos los atractivos de este originalísimo lugar, cuya condición de museo al aire libre no es única (en Barcelona tenemos el Poble Espanyol), aunque sí lo es su concepción, que reporta al visitante una auténtica inmersión en la historia sueca, puesto que el Skansen nació del empeño por mostrar no sólo las diferencias regionales sino de transitar por diferentes épocas.

De hecho, el verismo del museo radica en sus 150 construcciones, traídas prácticamente por piezas desde diferentes puntos del país y que muestran no sólo el devenir cotidiano del pueblo sueco (con sus preceptivas diferencias sociales; el visitante hallará desde casas de granjeros hasta residencias de la nobleza) sino también establecimientos dedicados a diversos oficios.

Entre estos últimos destacan una preciosa farmacia y numerosos talleres dedicados al cuero, la plata o la alfarería, albergados, en gran parte, por las típicas röd stuga, esas construcciones rojas que parecen surgidas de un cuento de hadas y que se reparten a lo largo y ancho del país. 

En esos establecimientos, atendidos por solícitos empleados ataviados con las vestimentas de hace dos siglos, no sólo se podrá observar el desempeño de diversos oficios sino que también se podrá adquirir, por un precio bastante asequible para los menguados bolsillos españoles, productos hechos a mano. En este sentido, cabe destacar los siempre muy concurridos taller del vidrio y una panadería de visita obligada para paladares exigentes (damos fe de que las pastas de canela recién horneadas justifican por sí solas el acceso a este museo).

Sin embargo, las virtudes del Skansen no acaban ahí, ya que ofrece además la oportunidad de visitar una antigua escuela, acceder a una iglesia de madera del siglo XVIII, contemplar en un pequeño zoo la fauna autóctona del país (con la presencia de alces y renos) y admirar las bellas panorámicas que de la ciudad ofrece su privilegiada ubicación en la isla de Djugården. Y a ello cabría añadir que el Skansen alberga a su vez otros tres lugares de interés (el Museo del Tabaco, el Centro de Información Forestal y un acuario).

Finalmente, destacar que siempre es un buen momento para visitar este precioso museo, pero en fiestas señaladas, como la Navidad, el Skansen se convierte en escenario de actos y celebraciones importantes, aumentando más, si cabe, el encanto de sumergirse y bucear por épocas pasadas.

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