2 de diciembre de 2011

Muerte en Estambul. La novela negra más allá del norte de Europa


Cuando uno ha conocido y amado la novela negra a través de la pluma de insignes escritores como Patricia Highsmith, Dashiell Hammet o Erle Stanley Gadner, le cuesta un tanto aceptar que las nuevas generaciones de narradores de este fecundo género en nada desmerecen a sus predecesores. Sin embargo, esos reparos suelen desaparecer como por ensalmo cuando se lee a uno de los magos actuales del género, James Ellroy, o nos sumergimos en las inquietantes historias de Dennis Lehane.

Por otra parte, es ya un hecho constatado que es posible hacer novela negra de calidad en un idioma diferente del inglés, como ha venido a demostrar el éxito de la novela negra proveniente del frío norte de Europa (a destacar entre sus autores más meritorios a Henning Mankell, Stieg Larsson o Camila Läckberg). No obstante, este éxito tan apabullante de los escritores nórdicos hace que olvidemos que existe un mundo más allá de los confines del norte de Europa en lo que al género negro se refiere.

Un buen ejemplo de ello es la obra del escritor griego Petros Márkaris, creador de un personaje muy bien definido – en la línea del Wallander de Menkell -, el comisario Kostas Jarito, a quien ha convertido en el narrador de todas sus peripecias, al optar siempre por la redacción en primera persona.
Petros Márkaris, como demuestra en Muerte en Estambul (primera obra en la que vemos a Jarito fuera de Atenas), es un buen cronista, capaz de crear personajes que van más allá de una profundidad meramente esquemática, como pasa a veces con algunos escritores de este género (Åsa Larsson, sin ir más lejos, sería un buen ejemplo de ello). Sin embargo, el buen hacer de Márkaris se resiente por su uso reiterado de digresiones, sobre todo las relativas al entorno familiar de su personaje principal, que no sólo rompen la tensión narrativa sino que hacen peligrar seriamente la atención del lector.

A pesar de ello, en el caso de Muerte en Estambul, aunque estas digresiones incidan en el buen ritmo de la narración, alejándose del estilo de los escritores más curtidos en el género, su uso ofrece al lector una buena oportunidad para hacer un pequeño repaso a la historia reciente de la vieja Constantinopla y recordar la más que precaria situación de las muchas minorías que residen en un estado laico sobre el papel, pero cada vez más musulmán en la práctica. De hecho, quien haya visitado Estambul habrá reparado en lo difícil que resulta poder visitar las joyitas que se esconden en las iglesias ortodoxas repartidas a lo largo y ancho de la caótica ciudad. Ese hermetismo de la comunidad griega para con los extraños tiene su explicación en la azarosa vida de una comunidad que ha tenido que hacer frente al despojo de sus bienes por parte de las autoridades e, incluso, al exilio; una realidad que Márkaris, nacido en Estambul, conoce bien y plasma aún mejor en esta primera investigación de Jarito fuera de su país.

Muy posiblemente, quien espere encontrar un ritmo trepidante y una historia que se complica página tras página quede decepcionado con Muerte en Estambul. No obstante, estamos ante una obra que reúne los principales ingredientes del género (crímenes y un asesino huidizo) y es una muestra más de que el género negro se puede abordar en otros idiomas y desde otras latitudes.

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